Allá, a lo lejos el mar mediterráneo. El mar con su música antigua de
sollozos perdidos. El mar con cipreses hundidos entre muchos idiomas. El mar con olas
infinitas rotas y desgajadas por tantas soledades después de las batallas. Se queja el mar y llama con su voz repetida a
no jugar de nuevo con las vidas humanas. Ay, mar Mediterráneo, madre de tantas vidas. Sepultura
de razas que navegan a ciegas. Ay, mar
de Barcelona soberbio en tus orillas, el
que clama cordura y no es escuchado. Todo pasa y tú quedas lamiendo con tu
lengua las playas que pisamos. Me pregunto ¿quién tiene la certeza de ser los
elegidos para armar esas guerras de palabras obscenas? No quiero plañideras que agiten sus querellas en favor de los clavan
el odio en los demás. No quiero los que engañan prometiendo quimeras y acusan
solo a unos y tapan las maldades de sistemas arto conocidos y extintos porque
no dan ni fortuna ni paz. No, no quiero volver a señalar que la lengua es la
causa de mantener poder por encima de la realidad colindante. Yo solo soy distancia como un grano de arena
que sucumbe en la playa pero que va y viene mecido por las olas. Eso somos
nosotros, los vanidosos hombres y
mujeres que se erigen en ser libertadores; arena de la vida que pasa y se
olvida.
Nací bajo la paz de mi casa y familia. Me dieron el legado de amar a los
humanos y a nadie se les cerró la puerta por tener ideas diferentes. También me
dieron el amor a esta tierra que nombramos con el nombre de España, y en ella
me dijeron y mostraron, que cabíamos todos.
Y cuando solo era un proyecto de mujer cogida de la mano de mi padre vi
el mar Mediterráneo y lo amé. Escuché hablar en valenciano y catalán y conviví
con ellos jornadas compartidas de amistad y nadie me negó por nacer en
Castilla. No hallé en sus moradas ni en sus físicos nada que no me fuera conocido,
amaba como ellos, comía y reía respirando el aire que calentaba el sol: el
mismo sol que cubre los cielos de la tierra, los pueblos de esta España que
siempre se desangra en pos de naderías y
luego los poderosos y ambiciosos cuando se tuerce el carro se marchan y
quedamos los que amamos cada rincón hermoso donde vivir en paz.
He visto otras banderas y pendones de antaño, cuando los reinos eran hervideros
de horrores y también en Castilla podríamos armar esa marimorena de exigir lo
que en tantas ocasiones no han robado y quitado, lo que nos siguen quitando en
aras de otras tierras y callamos y pagamos impuestos y dejamos el alma en el
terruño sin odiar a los otros porque todos somos hijos de esta España reseca y
sedienta donde se acoge a otros mientras ignoramos en muchas ocasiones a los nuestros.
Me duele la mentira. Me duele la tragedia de perder la energía de los separatistas,
egocéntricos nulos en busca de la gresca. Me duele tanta estupidez en nombre de
colgar una bandera con los mismos colores que la bandera nuestra. Franjas rojas
como la sangre con las otras amarillas de sol. Un símbolo debe unir y no
señalar el infierno cuando ya hemos conocido que solo la justicia es la que
vale cuando todo se pudre en aras de los pueblos. Hoy miramos Cataluña como esa loca desvariada
que tira por la calle de en medio sin mirar
lo que pierde y nos sentimos engañados por que a esa Cataluña la mimaron
dándole lo que a otras regiones le negaron. Regiones, provincias, pueblos al
fin y al cabo de esta tierra bendita donde
hemos nacido. Y todavía dicen que el mar no sabe a llanto. ¿Acaso no son las lágrimas saladas cuando
todos lloramos? Dice un refrán qué, ni
pidas a quien sirvió ni pidas a quien pidió.
Cataluña ha pedido y siempre logro su dadiva. Y, lo que no se suda jamás es
valorado.
Dios nos valga para ese futuro que no tenemos claro. Yo sigo siendo España
sin complejos ni culpas porque nadie me ha dado nada.
Natividad Cepeda
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