A deslumbrado el fuego todas las
emociones negativas que los seres vivos
llevamos en el alma. ¡Cuánto dolor sobre los árboles muertos! ¡Cuánto alarido
en esos indefensos animales! Todo fue un haz de lumbre viva hambrienta de
destrucción por el sendero que conduce al exterminio de la vida. Ha bastado prender una cerilla de odio para
qué empuje a la inmoral conducta asesina de que la lumbre sea una maldita llama
que lamio, huesos de hombres y animales y hasta ha llegado, a roer las raíces del matorral que nadie veía e ignoraba. Hemos vuelto a
demostrar nuestra pobreza basada en el fracaso de destruir todo el encanto de ser civilizados.
Y hasta hemos perdido una miejita de la
hermandad compartida con el hermano árbol que jamás nos ha hecho daño.
Nosotros, los osados que cambiamos
el paisaje a nuestra conveniencia mermando el don de la naturaleza, si queréis,
no divino, para los que presumen de saberlo todo y desprecian aquello que
ignoran, y se atreven a dar lecciones de necia sabiduría. Nosotros, los que extendemos sin razón la
miseria de guerras y hambrunas desequilibrando la armonía de la tierra: de esta
parte habitada que no nos pertenece, y de la que sin ella nada somos. Vamos desde épocas extintas, destruyendo al
pájaro que trina y al buey que nos da carne y piel para andar por esos montes
degradados, únicamente para demostrar que podemos cambiar a nuestro antojo la
vida por la muerte a cambio de poder y de dinero.
Buscamos en nidos de placeres esa
felicidad tan deseada en esta sociedad endémica de fatuos fuegos artificiales
y, cuando algo no nos cuadra prendemos fuego
a lo sagrado; a veces con palabra provocadoras y soeces para imponer una
ley sin ley, y también, algunos líderes para manipular la voluntad de los
esclavos porque los necesitan para alcanzar poder y relevancia.
“todo es turbia señal de lo intocado;
viento, sol: único transito
sobre lo prohibido”
Así lo asegura Francisco Caro, en
estos versos de su libro, “Paisaje (en tercera persona)” Y es cierto lo que
escribe el poeta en este libro, que pocos lectores atesora, a pesar de ser
Francisco Caro, un poeta admirado y con muchos seguidores, que en su poesía
reconocen que expresa bien lo que su emoción hila y da forma poética en los
libros.
Se ha quemado Galicia y Portugal con
ella borrando el fuego la existencia de inocentes hombres y mujeres, y de
pronto el olvido ha empezado a caminar de nuevo entre nosotros porque bastante
tiene cada cual con lo suyo. Y tenemos que ser realistas y también procurar ser
objetivos, ver como sucedió esa hoguera gigante sin prejuicio, sin olvidar
razonar sin antojeras de que esa porción de tierra queda lejos, porque de
hacerlo así, olvidamos que todos somos habitantes de trozo de tierra que nos
acoge, acuna y nos da lecho para vivir hasta morir y descansar en ella: y esto
es universal a pesar de als distancias de leguas y kilómetros.
Lo escribió el poeta con premonición
de tiempo distendido en el agujero negro del espacio que sólo él, siente en su
emoción más verdadera
del fuego terminase,
contempla el hombre
la
dehesa y su cuerpo,
las heladas preguntas…”
No hay respuesta para la voz escrita
de Francisco Caro que hoy hago, no sólo mía; es la voz de todos los bien
nacidos cuando prosigue clamando.
“Perdido todo
-cuando es más vero el día-
la voz, la casa,
su desván y el amor, los escorpiones
dulces, las dos maneras
de beber y llorar y hacerse árbol”.
Y cuando el fuego se apagó todo
quedo negro y silenciado. Incluso en el olvido cuando la televisión dejó de
emitiré las imágenes calcinadas de los montes; las tumbas de los que murieron
abrasados, los despojos de mamíferos, insectos y aves que sucumbieron y, tantos
otros que huyeron y se han quedado sin refugio ni comida. Y la insensatez de
conductas erróneas para las que no hay disculpas.
Y
junto al miedo y la impotencia de la ruina ocasionada por el fuego el
testimonio de la palabra escrita de ese poeta que grita. Es su grito, el grito
de todos los que gimen ante la incertidumbre del hoy.
“desde el umbral
saqueado y sin ruidos del refugio,
contempla el hombre
el lecho, la hendidura, sus dos
brazos
siente que sólo
le queda como herencia la piedad
y que se ahoga”
La verdad es que ya hemos empezado a
olvidar el fuego destructor y su visión de infierno que sin temor alguno nos
mostraron móviles y pantallas de todas las pulgadas. Buscar la causa y prevenir
incendios es prioritario, tan prioritario como educar al pueblo a cuidar de lo
que es un legado de vida y permanencia.
Creo que los barbaros se han instalado entre nosotros, o que nosotros somos
esos barbaros crueles, feroces, toscos
sin educación ni sensibilidad por lo que emana vida a su alrededor y que no le
pertenece… Si al menos se leyera a los poetas comulgaríamos con las palabras de
Francisco Caro, y con la de tantos otros
que gritan clamando estar abiertos a la belleza de un entorno hecho para la
vida, y jamás para la muerte.
Natividad Cepeda