Espero mi tuno en la fila de esas
grandes superficies donde se compran productos actuales etiquetados con letras
y números que la mayoría de clientes no entienden. Era esa hora donde todos esperamos porque el
reloj nos dice que hay que salir rápido porque llegamos tarde a otras citas y,
detrás de mí dos personada hablaban de un desahucio inminente. El sonido de sus
voces eran cantarinas, frescas y sin asomo de querer esconder su rabia e
impotencia. Nombraban nombres masculinos y femeninos, lugares y juzgados,
inquilinos y constructores y la palabra paro, cual dogal al cuello de un
ahorcado. Salimos y seguí escuchándoles hasta que el ruido de la calle nos dejó
sordos e intoxicados de aire maloliente.
Horas más tarde en lugar distinto, volví a escuchar hablar de pisos y de inquilinos
listos y avispados. Los que dialogaban se quejaban amargamente de lo que les
sucedía y sus voces no eran cantarinas como agua de río saltando entre peñas, al
contrario eran voces apagadas de tono quebrado y desaliento sin apenas un asomo
de esperanza por no encontrar salida a
sus problemas. Una de esas voces aseguraba que no podía hacer nada, que cuando
llegó a su casa no pudo abrir la puerta y al escuchar voces adentro y ella,
vivía sola, llamó a la policía y se encontró con unos inquilinos no buscados
que se decían ¡!OKUPAS¡¡ Recurrió a lo que buenamente sabía y no logró nada.
Hablaban de todos los logros que tienen
delincuentes comunes, picaros actuales amparados por grupos que se dicen
justos, todos esos que van en contra de un sistema pero que no tienen
escrúpulos para adueñarse de lo ajeno.
Días después a través del teléfono un conocido me decía con la voz quebrada
y dolorida, que un piso que tenía alquilado y del que se habían ido los
inquilinos a otra ciudad, al ir a enseñar la vivienda a otros posibles
inquilinos, se encontró que no pudo pasar porque estaba su piso ocupado,
precisamente por OKUPAS. Me desgarraba el alma escucharle, tiene más de ochenta
años y una eximia jubilación de autónomo y su esposa con esa enfermedad
fantasma de los que se olvidan de quienes fueron, sin memoria… ¿Cómo voy ahora
a pagar los servicios que ella necesita y que yo por mi edad no puedo prestarle? Toda nuestra
vida no nos hemos permitido caprichos ni juergas, los dos hemos trabajado y
ahorrado para que en la vejez no nos faltara lo necesario para una vida digna
y, ahora me quitan lo que es mío. ¿Dónde están los políticos que prometen
amparo? Y que conste que siempre hemos ido a votar porque somos demócratas
convencidos…
No existe el delito de usurpación cuando esto ocurre, y los jueces, en su
alta calidad y elevado prestigio dejan abandonado al ciudadano que jamás ha
delinquido, entonces muchos nos preguntamos ¿para qué trabajar y ser honrado?
En la calle todo parece que funciona, que la ciudad emerge dentro del
ordenado municipio que se nutre de los que pagan los impuestos pero, cuando los
otros se aprovechan y cogen lo que no les pertenece ¿dónde están los próceres
que dicen que protegen el bien común del ciudadano? La aflicción es una brecha
abierta llena de desventura y el espectáculo de políticos sucios y
aberrantes llena telediarios y
periódicos. ¿Tribunales? la gente se
pregunta ¿para qué los queremos? Hay
tanta desvergüenza que la gente, esa gente que no grita, que no comete
escándalo ni pertenece a grupos de cínicos irreverentes está harta. Harta de esa filosofía de falsedad y afrenta
de los que no merecen ninguna confianza y por supuesto tampoco nuestro voto.
Las voces de esas gentes solo las oye el aire.
Natividad
Cepeda
Arte digital: N Cepeda