viernes, 27 de noviembre de 2015

Juego sucio

                                                 
Mientras Francia nos sigue demostrando su unidad nacional  con sus banderas y su himno, sin asomo alguno de complejo de culpa ni de cobardía  unidos ante los hechos ocurridos, en España, los políticos se enzarzan en aquello de “son galgos o podencos” la fábula de los dos conejos, de Tomás de Iriarte, pero sin la gracia satírica del autor de la fábula citada.
Seguimos asistiendo a los remilgos sobre implicarse abiertamente en defender la vida en cualquier país europeo atacado por esos terroríficos islamistas, en contra de nuestra cultura, a los que, los de  Podemos no ven bien el apoyo y la unión. Y si a esto le añadimos las respuestas a una pregunta formulada por un estudiante de la Universidad Carlos III de Madrid,  sobre la permanencia  de la filosofía entre las asignaturas de  la Lomce  a los dos candidatos a la presidencia, Pablo Iglesias, candidato de Podemos, y Albert Ribera de Ciudadanos, sobre la filosofía y los filósofos como Kamt  y sus obras, y los rematadamente mal que lo hicieron; nos volvemos a quedar con un poco más de lo mismo, ansia de poder y zafiedad latente. Ya que ambos sabían quiénes eran los asistentes y salieron trasquilados los dos. Aunque es cierto que conocer  la filosofía del prusiano  Immanuel Kant, no creo que al ciudadano medio le importe tanto. Sí le preocupa que los que se presentan a dirigir el destino de los españoles no tengan la altura debida. De ahí el alcance del fallo cometido.
Y claro seguimos sin comprender hacia donde giran unos y otros en los debates,  tan escasamente esclarecedores sobre la gobernabilidad de todos nosotros. Porque si el eje de la política debiera ser la ética de cada uno de los  representantes políticos, de todos los que se presentan a elecciones, tan en desuso en tantos de ellos, ¿cómo nos convencerán de su buen hacer, cuando en vez de reconocer con sencillez los errores los convierten en peleas verbales?
En muchos ambientes se atisba la escasa atención prestada a los debates, nada bueno en un momento tan crítico en economía y seguridad.  Y también queda demostrado la escasez cultural de muchos de nosotros,  cuando tiene más audiencia informar de los pormenores de las relaciones  mantenidas de todos los que pueblan el vacío mundo de las  relaciones sentimentales que,  no creo les interese la filosofía y los filósofos, aunque despotriquen a diario en debates donde la crítica destructiva da de comer a muchos, en este país nuestro de tacos y mal hablados, porque expresándose así refuerzan sus opiniones exentas de filosofía, y a veces también de ética.
Hay un juego sucio entre los políticos al desdecirse de lo que prometen. No es lo mismo estar gobernando, que estar en la oposición, y así, los representantes de partidos políticos se desdicen y prometen hacer, lo que sí pudieron, cuando gobernaban y cuando pierden el poder, prometen hacerlo, echándose las culpas  los unos a los otros, mientras   la casa de esta España pobre,  sigue sin  barrer ni limpiar.
Estamos casi  tocando el tiempo navideño, y para seguir en la misma dirección de complejos, con viso de progresión avanzada, se intenta desde algunos ayuntamientos y políticos, extirpar las tradiciones, como si esas costumbres fueran culpables de los abusos de poder que sufrimos.  Y se dimensiona la celebración de las fiestas porque representan el cristianismo europeo, aunque no se atreven a cuestionar otras creencias y religiones porque al hacerlo dejarían de ser progresistas y europeos. O también porque  no ignoran que hacer burla de otras creencias no sale tan gratuito como mofarse de los símbolos cristianos. Un juego sucio, además de una falta de respeto hacia los ciudadanos que son creyentes, olvidando que también son votantes.  
El nivel cultural del político no puede ser oportunista, porque esas actitudes le pueden restar poder, que es lo que quiere conseguir con sus proclamas y programas, en vez de sumar votos, al no respetar a una parte mayoritaria de la población. El juego sucio en la política nos ha dejado la no creencia en los políticos honrados, y es demasiado peligroso vivir entre insultos y burlas.
Las expresiones nos definen culturalmente  a todos, y la relación  recíproca es la que debe existir en todas las opciones  políticas de nuestra sociedad.


                                                                                                         Natividad Cepeda

Arte digital; N. Cepeda

jueves, 26 de noviembre de 2015

Una puesta en escena perfecta


El pasado miércoles 25 de noviembre asistí al teatro televisivo de dos hombres,  y reconozco, que me defraudaron.  
Los hombres se comportaron como dos estrellas estelares (que sin duda los son) mostrando a lo largo del programa su desenvoltura dialogando como si fueran viejísimos amigos.
Además presumieron de porte masculino, y que coste que no me molesta, aunque no lo creo necesario. También se intercambiaron normas de como interesar a  la mujer que quieren conquistar, y jugaron al pin pon como dos niños educados. Toda una puesta en escena cuidada hasta en los más mínimos detalles.
El programa está pensado y preparado para mostrar el lado humano de los invitados desde la acogida del anfitrión y la invitación a pasar a su casa. Luego hablan de trabajo, familia, actitudes ante la vida y en este caso de política, porque el invitado era un político. Y para que todo sea acorde con el siglo en el que vivimos, también pasan a la cocina para demostrar su buen hacer dentro de esa pieza tan importante de las casas-hogares. El invitado cogió frutas, batidora y exprimidor y preparó un excelente jugo, como diría un americano del sur, y así entre sonrisas y desenvoltura desgranaron detalles del invitado y de su vida que, para eso se había grabado el programa.
El anfitrión y presentador, un veterano en estas tareas, inteligente y simpático y gran profesional nos trasladó a ver al político como un hombre joven que además es atractivo y tiene ese halo de triunfador que, es por lo que estaba sentado junto a él en su casa.  Todo perfecto. Hasta el comentario sobre un cura católico que tiene abierto comedores para los hambrientos españoles, por lo que no se blasfemó, ni se ridiculizó a la iglesia. Maravilloso. Por una vez, y para que sirva de precedente,  se respetó esa institución en una cadena televisiva.  Y el político habló de los trabajadores pobres, sí son esos que tienen sueldos bajos, tan bajos que tiene que ir a comer a los comedores de los voluntarios católicos y del padre cura, al que los dos admiraban por su labor humanitaria.
No es ese un programa de combate; no. Es un programa de entretenimiento. ¿Sin nada más? No me lo creo. Pero claro ya soy muy descreída.
Hoy he escuchado algunos comentarios, tímidos y escasos, en cadenas de radio en las tertulias de los comentaristas y, escasamente alguno se ha atrevido a decir públicamente, que el político le había decepcionado.
Hay demasiado espectáculo en nuestras vidas, Y entre las candilejas, a veces, el fango de lo que no es tan políticamente correcto salpica a  todos.  A los que están arriba, y no son trabajadores pobres, y a los que estamos abajo por haber perdido la facultad de pensar y exigir  a los que nos representan, que además de guapos y felices, nos muestren alguna otra faceta  humana, menos edulcorada, porque actualmente la vida de una gran parte de españoles es ácida y gris.
Esta es una breve nota sobre un político que quiere ser presidente del gobierno, y un presentador que conoce muy bien al personal y sabe mostrar lo que queremos ver, porque la realidad es tan fea que no nos gusta, por lo que la puesta en escena ayuda a tener entretenido al personal.
                                                                                                 Natividad Cepeda

Arte digital N. Cepeda


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Pensamiento europeo

Crecen luceros para iluminar los corazones que se aman Porque amar es ponerse de pie y cruzar juntos el paso de la muerte. Volver a  los senderos, sacar el arado y clavarlo en la tierra  para una vez más, sembrar la vida de  ilusiones  y aspirar el aroma que nos inunda de fuerza redentora   Somos amor que alumbra y nos abrasa las entrañas a pesar del odio.
Llevamos temor y precaución al cruzar por las calles, pero salimos y andamos con  tímida sonrisa y  miedo al cruzarnos con los que no visten lo mismo que nosotros.
 Todo  amor es salir a crecer al amparo y  sombra de nuestros valores más sagrados.  
 Volviendo a transmitir su fuerza a todas las criaturas. Evitando que las gentes mueran asesinadas.  Amor, para las manos que sean alfareras con las que vencer los miedos, con las que firmar leyes de igualdad para la convivencia, o para proteger a los que confían en las Instituciones que nos legó nuestra Historia.
Para poder dejar nuestro legado a todos los que debemos entregar el testigo nacido en Grecia y refundado hoy de nuevo en Europa, sin miedo, sin temor a representar la maldad y la codicia de la que se nos acusan injustamente y sin merecerlo.
Vivir con la cabeza alta y sin complejos frente a los que nos acusan de lo que no es cierto. Europa es Occidente, y aquí, nació la libertad, y la hemos llevado en el nombre de las leyes y de un Dios que nos dice  que todos somos iguales al nacer y al morir, y también al vivir.
Sí, este es el pensamiento europeo,  donde nacieron la ciencia y los avances en medicina y en consignas que dijeron que la igualdad junto a la fraternidad era la libertad.
Donde  se dijo que los esclavos tenían que ser libres sin miedo al imperio romano, y para lograrlo se unieron todos, gentiles y humildes, todos los  que creyeron que aquello era posible porque lo dijo un Hombre diferente.
Un hombre ejecutado, y su valor en defensa de los que no existían ante las leyes del imperio, las derrotaron. Y los valores del mundo antiguo se vinieron abajo.
Occidente tiene la cruz cristiana como símbolo, y a pesar de los muchos errores cometidos en su nombre, es en su seno, donde la vida tiene valor y defensa.
Donde se han promulgado derechos para proteger y salvaguardar lo esencial del ser humano. ¿Por qué se derribó el muro de Berlín? sencillamente porque al otro lado no había libertad. Todo está dicho y demostrado. Y todo lo demás es falso. Alzamos la voz por las muertes en Francia porque nos quieren matar la libertad. Lloramos sus muertos, porque son los nuestros. Y cantamos su himno porque es un símbolo en contra de toda tiranía. No hay otra  senda. Ni otras consignas. Y si tan malvados somos ¿por qué se vienen a Europa las gentes de otros pueblos?
Libertad y respeto para nosotros mismos, solo así nos haremos respetar.


                                                                                                         Natividad Cepeda
Are digital: N. Cepeda

sábado, 14 de noviembre de 2015

Llora París y con toda la Francia, llora Europa


                                   Llora París y con toda la Francia, llora Europa

Me han llegado correos de amigos que tienen hijos emigrados en Francia. Me han instado a que lea los periódicos franceses y a ver los videos colgados durante toda la noche en las redes sociales  con las manifestaciones del presidente, François Hollande, y las imágenes de la sala de  conciertos de Bataclan, envuelta en la horrorosa masacre que dejaron los disparos de los  fusiles Kalashnikov.
He contemplado las imágenes con el dolor de la impotencia y la terrible sensación de aquello que se ha venido advirtiendo por algunas voces, no escuchadas, acerca de la proliferación de mezquitas en las ciudades europeas, ha sido un error que Europa pagará muy caro.
He visualizado y escuchado los gritos y llantos de los franceses, y he regresado al ayer de aquél 11 de marzo, donde se masacró a unos españoles en los trenes de la muerte, quedando en todos nosotros una niebla de incertidumbre que persiste a través del tiempo. 
Y he admirado al presidente francés al decretar el cierre de fronteras y aconsejar a los ciudadanos a quedarse en sus domicilios, sin miedos a ser llamado xenófobo, racista… y todos los adjetivos que sobran cuando se atenta contra la vida y la libertad de un país, olvidando la libertad en las que  las  democracias europeas se sustentan.  Y gracias a esa libertad, nacida en  Francia, hace siglos, los emigrantes de cualquier nacionalidad van y vienen por cualquiera de nuestros estados.   De tal manera que por esa razón en Europa hay  residiendo unos 19 millones de musulmanes en este año 2015.  Diferentes medios y estudios realizados aseguran que la mayoría de emigrantes no se integran por conservar su  cultura y no aceptar la cultura de la sociedad donde residen.
También hay voces, denunciando en medios de comunicación diversos, y con estadísticas reales, que una gran parte de esas comunidades musulmanas se benefician de las ayudas sociales sin aportar nada a los países de acogida, lo que ha creado paulatinamente, un rechazo soterrado que, temo, se radicalice ante los atentados que sufre Europa por los radicales islamistas.
Hay anécdotas que no trascienden a los medios públicos, pero que sí se cuentan en reuniones familiares y de tertulias con  encuentros de amigos; entre ellas escuché el verano pasado, que a las personas de pelo negro y piel morena que viajaban, desde hace años, al Reino Unido, bilingües y totalmente acompañadas por familias inglesas, conocidas desde años atrás, se miraba con desconfianza en los pub y clubes privados, a las personas morenas.  Y esta actitud se repite en otros países europeos,  creando un rechazo total a todos aquellos que se distinguen por su forma de no vestir a lo occidental.  En España ha habido diferentes problemas de convivencia en colegios mistos donde algunas familias musulmanas han exigido  menús diferentes en los colegios escolares, y protestas en trabajos sociales de ayuntamientos y Cáritas, como si todos ellos, tuvieran privilegios por ser diferentes, olvidando, que viven gracias a las ayudas sociales. Temas todos estos acallados frente a la sociedad en general para no ser llamados xenófobos y racistas, pero vivo y latente,  en un número elevado de la población española.
Hoy lloramos con París, sin comprender  tanto horror,  y sentimos en lo profundo de nosotros,  ese temor hacia los que representan terror y muerte. Y nos sentimos occidentales  y libres albergando en nuestra cultura el legado de Francia donde las libertades son amparadas y respetadas como en ningún otro país, y por eso no comprendemos tanta masacre y tanto dolor.
Lloramos y admiramos el coraje francés al decretar las medidas oportunas sin complejo alguno ante los asesinatos perpetrados. Pedimos, calladamente, para no  ser violentados por opiniones enfundadas en falsos mensajes de convivencia, que el tráfico de emigrantes se regule, incluso si hay que volver a cerrar fronteras, exigiendo identidades auténticas a quienes piden asilo político, además de trabajo.
Y no queremos olvidar de donde proceden  y salieron las bestias asesinas, ¿quiénes le dieron pasaporte para erigirse en ejecutores de nosotros? Y sobre todo  nadie les impide inmolarse en nombre de quienes quieran, pero sin inmolar con ellos a los inocentes que creyeron que al estar conviviendo con  ellos, también eran franceses y europeos.
Las muertes  de París cerrará puertas; las puertas donde se  hacen proclamas y mandatos en contra de la sociedad occidental, porque una vez más han teñido la convivencia  de inseguridad desabrochando un Apocalipsis  injusto.
París velará a sus muertos,  rezará por  ellos, sin obligar  a hacerlo a nadie que no lo desee, sin empuñar  fusiles ni bombas por plazas, calles y restaurantes: esta es nuestra forma de convivir. Saber que el respeto, es convivir respetando todo lo que nos rodea. O dicho en Román paladino; donde fueras has lo que vieras.
Siento  un vació interior por tanto terror, vuelco mi  llanto por todos los muertos ejecutados en cualquier lugar de nuestro mundo, porque es tiempo de llorar y dejar correr  las lágrimas.


                                                                                                     Natividad Cepeda





 Fotografía tomada del web

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Libertad, ¿es democracia? O democracia, ¿es libertad?


                   Se nos ha hecho aburrido y pesado el debate sobre el estado y sus organismos: nos ha superado tanta inmundicia  política vivida y protegida por los partidos políticos. Y, a estas alturas  del techo gubernamental, en el patio nacional los debates esgrimidos y paseados por cadenas de radio, televisión y medios públicos y privados carecen de actualidad y, lo que es más triste, de interés y veracidad. A los sufridos y asqueados votantes se nos informa de las idas y venidas de procesos jurídicos de esos grandes prohombres y mujeres que amontonan fortunas y responsabilidades civiles, gracias a esa democracia y votos que los vasallos dejamos caer en las urnas. No hay día que se nos informe de extrañas alianzas antiguas entre “los servidores del pueblo” o sea, los que nos representan,  y las “mordidas” a esos cientos de miles de euros guardados en cajas y paraísos fiscales a, los que, los ciudadanos de a pie  no tenemos, ni tendremos, acceso jamás.
Las elecciones nos abren, casi siempre, una pequeñísima puerta a la luz en medio de tanta oscuridad,  y cerrando los ojos,  queremos seguir apostando porque esos candidatos “a servir al pueblo”,  no, nos vuelvan a engañar y cumplan con lo prometido en sus campañas.
Porque básicamente para eso son elegidos, y sin esa prioridad sobran todos los discursos.  
A estas alturas los pactos que vamos viendo no son pactos tan maravillosos, ni nos muestran un camino fácil para hacer gobernable a autonomías y ayuntamientos. Porque cerniendo todo lo ocurrido en las pasadas elecciones, yo, en mi ignorancia democrática civil, me pregunto, y se preguntan otras muchas personas como yo, ¿qué solución es, apoyar una opción política para darle el poder si luego, cuando tienen que sacar presupuestos  reales no son apoyados por los mismos que les dieron poder para proponerlo y ejecutarlo?  Y de poco o nada nos sirven las informaciones sobre las conversaciones mantenidas, mientras el sufrido ciudadano sigue apretado el cinturón y el dogal invisible alrededor de su seguridad económica y ciudadana.
Sí, seguridad ciudadana al tener que contratar seguridad privada para domicilios y comercios, naves industriales y apartamentos veraniegos en el mar o en la montaña. Y, omito volver sobre el problema del campo español, harto y más que arto, y exprimido, por los robos en el campo que nadie soluciona ni protege.
Todo este panorama no es nada natural y no confiamos en casi nadie porque a pesar de tanta exposición y palabrerío las soluciones no llegan salvo, los impuestos que son cada día mucho más atroces. Nada que decir a los  opositores en contra de tradiciones y creencias asentadas en esta España de mis dolores. ¿ Cómo atreverme, y atrevernos,  a  reclamar que se nos respete por encima de otras creencias que practican el absolutismo, cortan cabezas, dan latigazos y saquean y quemas edificios sin la menor culpa de estar cometiendo nada mal ,en favor de una creencia, innombrable, que aborta toda libertad y respeto por la vida y las personas. No, mejor callar, porque abordar ese tema, y otros similares es erigirse en persona, non grata, y apestada para los defensores de lo “políticamente correcto” en esta sociedad tan alienada y falta de valore democráticos reales.  
Y a pesar de todo este panorama seguimos apostando por la convivencia y la democracia, puesta en ella  nuestra esperanza en este presente lamentable.
Ganarse un derecho, es sobre todo, vivir en consonancia con los derechos establecidos por el Estado de derecho, cuyo poder y cuya actividad están regulados y garantizados por ley. ¿Pero qué ocurre cuando esas leyes nos fallan? Pues que no somos nada.  Y cuando esto ocurre los que medran son todos los que amparados en las leyes y sus trampas, medran y campan en perjuicio de los que sí nos atenemos a las leyes del estado.
El dilema ante todo esto es preguntarse, ¿primero es libertad  de la persona, y después nos sentimos demócratas?  ¿O la democracia da la libertad aun desconociendo la libertad personal?  Esta es la pregunta y la frontera confusa donde nos movemos.
Nuestra sintonía  natural es la sintonía de occidente sin falsas alegaciones de iluminados que prometen cielos inexistentes


      

miércoles, 4 de noviembre de 2015

El rumor del agua de la noria

No recuerdo las fechas ni los nombres de los que me dejaron su saber en mi alma; no, no recuerdo su sombra humana y cotidiana. Desde siempre, en el espacio invisible del subconsciente, escuchaba murmullos, roce de pasos y de batir de alas alrededor de mi cuerpo pequeño e indefenso. A veces lo olvidaba y si preguntaba a los que me rodeaban me decían que eran ruidos del crujir de los muebles. Cuando el invierno visitaba mi pueblo en la casa vieja de la abuela materna se escuchaban pasar por la galería de arriba, cuando el aire hacía embudo en las paredes de la casa.
Desde los ventanales de la galería se veían paredes de una huerta abandonada donde los niños jugaban alrededor del pozo de lo que fue una noria. Subíamos al promontorio y, valientes nos asomábamos a las entrañas oscuras del agua, que nos contemplaba en su espejo. Los niños nos mirábamos y volvíamos a mirar a las entrañas angostas de la noria olvidada; permanecíamos  en silencio  escuchando el corazón del agua latir en lo profundo de nuestro corazón, jadeante de miedo y de misterio.
Cuando llovía en los otoños la tierra de la huerta se empapaba y dejaba ver restos de cacharros rotos y cosas pequeñas que buscábamos entre el barro y sus estrías mágicas y oscuras. Adosadas en las paredes cochambrosas, crecían raíces aferradas a las piedras denudas de tierra y cal,  y entre sus cavidades, los niños de la huerta escondían sus tesoros.
Las tormentas dejaban al descubierto chinas relucientes, blancas unas, y otras marrones, negras,  jaspeadas…que buscábamos afanosos entre el barro cuando dejaba de llover.
Los niños coleccionábamos las chinas porque con ellas jugábamos lanzándolas al aire con nuestros dedos y recogiéndolas antes que cayeran al suelo.
Las chinas más bonitas estaban en lo alto del pozo de la noria, y allí subíamos a buscarlas quedando uno de nosotros vigilando para avisar si venía alguien, porque todos nosotros teníamos prohibido subir al promontorio y asomarnos al hueco tenebroso del agua.
Un día después que la tormenta se calmara,  desde la ventana de la galería vi correr a los niños camino de la huerta. Baje despacio la escalera y sin hacer ruido me escapé a la calle uniéndome a la patrulla para buscar tesoros con ellos. Las hojas de las higueras  salvajes que asomaban sus dedos por la boca del pozo relucían de agua y vimos entre ellas una pelota de colores. Aquello era un milagro porque los niños que vivían en las viejas habitaciones de la huerta apenas si tenían balones remendados de parches; necesitábamos una vara para atraerla hasta nosotros y poder cogerla, pero miramos y no encontramos nada que pudiera servirnos.  Uno de los niños dijo que le pidiéramos algo a la Pepa.
La Pepa vivía en una de las habitaciones de la huerta, sin luz eléctrica, ni ventanas, con los pisos de tierra pintados con cal y con una cortina de tela vieja colgada en la entrada de su puerta.
La Pepa tenía el pelo gris y blanco, y su piel  sin cuidar y arrugada, ocultaba su verdadera edad y color. A nosotros, la Pepa, nos parecía vieja. Tan vieja  como la misma huerta, y ella cuando nos veía jugando subidos a lo alto de la Noria vacía, salía y nos gritaba que nos bajáramos  de allí. 
Todos nos dirigimos a la puerta de la Pepa y levantando la mugrienta cortina empujamos la puerta y pasamos al interior con el corazón apretado por el miedo.
Sentada, de espaldas a la puerta, en la habitación casi a oscuras, había una mujer envuelta en una toca que no conocíamos, sin apenas volverse nos preguntó qué era lo que queríamos y con la voz ahogada le pedimos una vara para sacar el balón del pozo de la noria. La mujer sin volverse nos dijo que ella nos devolvería el balón si avisábamos a la Pepa de su llegada. Después la habitación se llenó de más sombras y sin decir nada nos salimos corriendo sin parar hasta llegar a la calle, y jadeando nos sentamos en el bordillo de la acera.
El balón seguía flotando en el agua oscura del pozo de la noria,  pero buscar a la Pepa no nos hacía gracia y pensamos jugar a otra cosa. La tarde avanzaba poniendo oscuridad por los rincones de la calles y pronto oscurecería y no podríamos ver lo que había en la huerta y su noria vacía.
Desde lejos vimos venir a la Pepa con su andar lento y todos nos dirigimos a su encuentro,  atropelladamente, le contamos quien la estaba esperando, sentada en su cocina delante del fuego apagado de su casa. La Pepa se nos quedó mirando sin expresión alguna en su mirada  y sin decir palabra continuo su andar quejumbroso y lento. Se hacía de noche y el balón seguía flotando en el agua  oscura del pozo abandonado, por lo que pasados unos minutos todos seguimos a la Pepa, insistiendo en el recado de la mujer desconocida.
Algunos vecinos al vernos rodeándola le preguntaron qué era lo que queríamos; y ella, dijo que nada, que  le decíamos que en su casa había visita y que eso no era posible porque ella había cerrado la puerta con su llave y no podíamos haber podido entrar.
Los vecinos nos miraron misericordiosos, sabedores de que, la puerta de la Pepa, no era fácil abrirla si ella la cerraba con su “pequeña  llave de forja que pesaba  lo suyo” Y lo suyo, era casi 500 gramos o más de hierro. Además estaba el peligro de enfurecer el talante arisco de la mujer, aunque eso a los niños no nos importaba demasiado porque las mentes de los mayores pensaban cosas  bárbaras de ella, y para nosotros, solo era eso, una mujer sentada bajo su parra en la puerta de casa que nos veía ir y venir sin meterse para nada con nosotros.
En la bruma otoñal los niños buscábamos hojas amarillas, piedras lavadas por las aguas y semillas de enredaderas y arbustos para guardarlos como tesoros exclusivos que nunca se podían comprar en las tiendas. Pero aquél balón  de colores flotando en el fondo del pozo era un astro de goma que nos regalaba el sol al mirarse en el fondo del agua. Por ello insistíamos con nuestras pupilas dilatadas, buscando algo con qué hacernos con la pelota hallada.
La aventura  del balón errabundo y la mujer sentada en la cocina de la Pepa  no la creía casi nadie.
Nosotros, insistentes, afirmábamos la existencia de los dos, y por cansinos y pesados, algunos vecinos dijeron a la Pepa que fuéramos todos a su casa, y a la noria, para ver ambos hallazgos por lo inusitado del acontecimiento.
Pasamos a la huerta y una ráfaga de fino aire nos despeino a todos los flequillos. Algo enojada la Pepa levantó la cortina de su casa  y empujó la puerta con ademán brusco, para que todos viéramos que la puerta estaba cerrada. Y la puerta no cedió. Sacó de su cesto de palma su llave negra de hierro y la introdujo  nerviosa  en la cerradura. Giró la llave y la puerta no cedió. Los vecinos rieron y le dijeron que tenía que echar aceite a la cerradura;  sacó la llave mirándola incrédula,  y volvió a introducirla en el ojo grande de la puerta. Y la puerta no se abrió.
Algunos vecinos  empezaron a encresparnos acusándonos de haber metido algo en la cerradura,  los chicos mayores, muy enojados, protestaron,  asegurando a voces que nadie había hecho nada. La Pepa sacó de nuevo la llave y se la quedó mirando como si no fuera la suya, y entonces,  dos de los chicos explicando cómo habíamos pasado empujaron la puerta y la puerta se abrió.
Todos nos quedamos serios y sin hablar. La Pepa pasó, y como apenas llegaba la luz de la tarde a la habitación, encendió su candil de carburo, y lo colgó en lo alto de una escarpia quedando iluminada la cocina: y de pronto vimos  al lado del fuego el balón de colores, junto a la silla, donde la mujer que habíamos visto, estuvo sentada. 
La luz del carburo dejaba sobre las paredes nuestras propias sombras vacilantes, moviéndose al vaivén de la llama y del aire que pasaba a través dela puerta entreabierta, sentimos mucho frío a nuestro  lado y alguno de nosotros estornudamos y nos encogimos  sin saber por qué. Y al unísono  dijimos que la mujer nos había prometido que ella nos daría  el balón si decíamos que estaba allí esperando a la Pepa. Y los vecinos sin hablar nada, salieron, comenzando a andar hasta el promontorio de la noria. Los niños los seguíamos  orgullosos de haber recuperado el balón y de haber demostrado que la puerta de la Pepa, estaba como nosotros habíamos asegurado, abierta.
Llegamos arriba y los vecinos se asomaron al pozo entre las luces mortecinas de la tarde, y poniéndose las manos  en la boca ahogaron un grito con el estupor y el terror en sus rostros desencajados.
La prueba de que habíamos dicho verdad sobre la mujer aquella, estaba flotando en el agua del pozo; era ella, sujeta sus faldas a las ramas de la higuera la que yacía mirando las primeras estrellas.  Las estrellas  también se asomaban para mirarse en el espejo de las aguas. 
Nosotros no la vimos, nos retiraron de allí y empezaron a comentar que los otoños eran tiempo de suicidios. El balón de colores salió rodando pendiente abajo de las manos de un niño y nunca más volvimos a verlo.
El tiempo siguió pasando y en el inmenso hormiguero humano los niños aparcamos lo sucedido para seguir jugando, aunque ya nunca más nos asomábamos al pozo sin la rueda de la noria, ni volvimos a ir a la casa de la Pepa.


                                                                                                Natividad Cepeda

 Arte digital N. Cepeda

domingo, 1 de noviembre de 2015

REGALO DE REYES

   Todos los domingos, después de comer, mamá y María nos arreglaban y nos íbamos a casa de madre Asunción, que era nuestra bisabuela. Los niños la llamábamos mama Chon..
María, era nuestra María. Así la llamábamos todos. María ayudaba a mamá en la casa y cuidaba de nosotras. Los domingos por la tarde disponía de tiempo libre, se marchaba a casa de sus  padres  y no volvía hasta el día siguiente.
En la casa de mama Chon nos reuníamos con los primos, por  parte de mamá, y cuidaba de todos nosotros una chica a la que todos llamábamos Paparrús.
La casa de mama Chon era muy grande, como cuatro o cinco casas juntas.
Mamá nos contaba que cuando ella era niña  aprendió a hacer queso con su abuela junto a las mujeres de la quesería. A mamá le gusta mucho el suero. El suero sale de estrujar los quesos y   a toda la familia de mamá les gusta el suero con sopas de pan.
La casa de la bisabuela era tan grande que había cuadras para las mulas, establos para los ganados y patios diferentes donde correr y jugar. Estaba el patio de la parra y de las plantas, el patio de verano, y los patios de los gatos rabotes y de los carros. También estaban los corrales para las gallinas,  la bodega y el jaraíz.
Los gatos rabotes, no tenían rabos largos como los demás gatos. Cuando nos portábamos mal nos decían que algo perderíamos del cuerpo, un mechón de pelo, alguna uña de las manos... vaya  que los gatos carecían de rabo por ser malos.
Al escuchar aquella posibilidad todos nos poníamos serios pensando  que no queríamos parecernos a los gatos sin rabo.
En otra parte de la casa estaban las despensas, las cocinas, la sala de reuniones, el fogón, los comedores y los dormitorios. Y una taquilla en el patio de verano que era tan grande como una habitación donde se guardaba los cacharros dorados, las orzas, las lebrillas, las fuentes como palanganas, platos, tazas y tazones, dulces y frutas en almíbar, higos, dátiles y muchas cosas buenas.
Al corral de las gallinas teníamos prohibida la entrada desde que se marearon los gallos coloraos.  Ocurrió una tarde que llamaron a la chica que nos cuidaba, Paparrús,  para que nos trajera unas pastas con guindas y los chicos aprovecharon para ir al corral de las gallinas.
Al pasar  nosotros, las gallinas corrieron asustadas y cacareaban escondiéndose en los nidales y en los palos altos del gallinero. Los gallos les hicieron frente a los chicos, y el que parecía el jefe de todos los gallos casi le saca un ojo a Quevedín. Entonces los chicos sacaron sus tirachinas y la emprendieron a chinazos con los gallos y al rato dos gallos estaban en el suelo sin moverse. Nos fuimos acercando despacio, muy despacio, por si se despertaban, pero nada de nada, que no se despertaron. Yo  recordé que a la hermana Eustasia, un día que se mareó cuando le estaba diciendo la oración del mal de ojo a Paquita la campanas, la llamabamos la campanas porque al andar hacía mucho ruido con los zapatos. Su madre, cuando le compraba zapatos nuevos, antes de estrenarlos se los llevaba al zapatero para que les pusiera  herretes en las puntas y en los talones. Por eso cuando se los ponía, siempre sabíamos por donde andaba "la campanas"  Pues ese día  la hermana Eustasia preparó la taza con el aceite de oliva, encendió la vela y puso sus manos sobre Paquita y empezó a bostezar. Se le abría la boca muchas veces, y se le caían lagrimones mientras decía en voz baja:

-Que mal de ojo tan malo tiene la chica. Así estaba hablando cuando se desmayó.
Las vecinas la  zarandearon, la movieron, le dieron  bofetadas en la cara que sonaban como si fueran los platillos de los músicos, y que si quieres oración, pues que no, que la hermana eustasia no despertaba. Entonces, Juanita la Baldomera, cogió un vaso de agua y se lo echó con todas sus fuerzas por la cara, y al momento, la hermana Eustasia se despertó. Mamá, comentó a nuestra María, que se habían pasado con lo de las bofetadas y el agua.
Así pasó, que se le puso un lado de la cara hinchada, pero el mal de ojo tan malo se le fue a Paquita la campanas. 
Acordándome de todo aquello, sugerí a mis primos y amigos que podían bañar a los gallos en el agua del lavadero. La verdad es que la idea era buena, buena de verdad.
Nos acercamos y efectivamente, había agua, que al removerla con un palo empezó a formar montañas de espuma blanca.
A todos les  gusto la idea, entre varios chicos zambulleron los gallos dejándolos en el agua un rato para que con un baño largo se despertaran antes. Como no despertaban los sacaron acusándome de inventora, trolera y de que yo no era de fiar. Los dejaron al sol, debajo del gallinero, y fue entonces cuando aparecieron las abuelas, algunas de nuestras madres y la dichosa Paparrús. Todas ellas se pararon  mirando a los gallo coloraos que estaban tiesos, tiesos, con la espuma en la cresta y en las pluma y ellas mirando quietas  con las bocas abiertas sin decir nada. Mirándolas, pensé que se iban a desmayar como la hermana Eustasia, y que tendríamos que coger agua del lavadero y lanzársela muy fuerte a la cara de todas ellas. Mi abuela mamá Ricarda, preguntó ¿Qué habéis hecho, pandilla de sinvergüenzas?
Todos me miraron.
Nada, dije yo, con voz de flauta, es que como tenían calor los hemos bañado.
Desde entonces no nos dejaron pasar nunca más al corral de las gallinas. 
Todavía toda la familia nos pregunta como pudimos coger a los gallos y meterlos en el lavadero con los reñidores que eran, pero ninguno soltamos prenda con lo de los tirachinas. Los tirachinas nos lo tienen prohibido, por si nos entuértamos.
 
La casa de mama Chon parece un castillo de los cuentos de hadas. Tiene tantos rincones y hay tantas cosas. Aunque siempre nos vigilan y cierran las puertas de las taquillas y los aparadores por lo que pueda ocurrir.
Dicen que las ocurrencias nuestras son impensables. Cuando creen que todos estamos jugando se ríen contando algunas de nuestras hazañas. Se ríen a carcajadas recordando cuando nos enviaron a comprar caramelos surtidos a la tienda de Federico a varios de nosotros.
Hicimos el recado bien. Como nos los dijeron. 
Llegamos a la tienda y pedimos la caja de caramelos que la bisabuela tenía encargada. El señor Federico, nos encargo, encarecidamente,  que no faltará de la caja ni uno solo de los caramelos porque  él los tenía contados. Y nos despidió sin regalarnos ni una bolita de anís. Las bolas de anís no nos gustan, pero eso de no darnos nada tampoco está muy bien que digamos.
Salimos y empezamos a darle vueltas a la cabeza con aquello de que los caramelos estaban contados. A mitad del trayecto nos sentamos en un banco y con muchísimo cuidado abrimos la caja despegando el papel de celofán sin romperlo. La caja era preciosa, redonda y con unas rosas rojas pintadas en la tapa que parecían de verdad.  Los caramelos estaban bien colocados cada uno en su sitio. Debían ser unos caramelos muy ricos cuando se los encargaban para regalarlos, pensamos todos. Los mirábamos y suspirábamos de gusto. Nos relamíamos como los gatos cuando pensaban en la fritura de la cena. Pero no podíamos probar ninguno porque estaban contados. Nada. Imposible. Cheles, tímidamente dijo que podíamos coger dos o tres y envolver chinas en los papeles. No, nada de eso, dije yo,  no funcionaría porque al que le tocara la china y se le rompiera un diente luego iría con el cuento a la bisabuela. Y no probarlos tampoco tenía gracia. Mirábamos los caramelos pensando como comerlos sin que se notara y era difícil aquél problema, mucho más que las cuentas y la geometría. Al fin encontramos la solución y no paso nada.
Le entregamos a la bisabuela la caja con todos los caramelos, no faltaba ni uno solo.
Mama Chon, cogió la caja, la examinó, detenidamente y nos dio una propina para que nos compráramos unas pipas en el puesto de Ángela. Todos contentos.
Pasaron unos días y llegó la señora amiga de la bisabuela a ver a la familia para la que se había comprado la caja de caramelos. Nos llamaron para que la saludáramos. Y la señora muy amable dijo que nos iba a dar unos caramelos de aquella caja tan bonita.
No, no, muchas gracias, le dijimos todos. Los caramelos son para usted, nosotros no queremos.
Claro que sí, insistió ella.
Mama Chon se sentía orgullosa de nuestra educación.
Pedimos permiso para ir a jugar, pero la señora amiga de la familia rompió el papel de celofán y abrió la caja de los caramelos.
Oh, exclamó, que delicadeza de envoltorios. Gracias, señora Asunción, por este detalle. Gracias. Y empezó a coger caramelos que se arrugaron entre sus dedos. Hizo un mohín y miró a mama Chon expectante. La bisabuela arrancó la caja de sus manos y deslió un caramelo, luego otro, y otro, así hasta hacer un montoncito encima del cristal de la mesa camilla.
Yo había iniciado la retirada por detrás del sillón de mama Chón, pero ella  alargando una de sus manos me agarró por detrás como si tuviera ojos en el cogote. Los demás se miraban la punta de los zapatos, y a los más jarillos, así nos llaman a los que somos rubios, nos empezaron a aflorar los colores, hasta quedar nuestra cara roja como tomates.
Anda doña Brocha - así me tienen bautizada de sobrenombre- y la compañía, explicarnos ¿cómo es posible que los caramelos adelgacen hasta parecer papel de seda?
Nadie contestó. Yo empecé a sudar y a sentir unas ganas enormes de orinar.
La señora, amiga de la familia, los cogió con sumo cuidado y me dijo: Abre las manos, y me los depositó en ellas como si fueran a romperse. 
Seguía el silencio, y yo no sabía que hacer con aquellos caramelos.
La abuela Ricarda me instó a comer uno, pero yo no quería, porque al saber de quien sería el caramelo  aquél... Tuvimos que explicar que entre todos los habíamos chupado, teniendo cuidado de que no se rompieran. Así finísimos  y transparentes los volvimos
a envolver cada uno en el envoltorio de su papel. Nadie se habría enterado si la señora aquella se los hubiera llevado a su casa. Luego nos despidieron con cajas destempladas, qué aquello de las cajas destempladas tampoco sabíamos lo que eran, pero no lo preguntamos, por si las moscas, y nos fuimos a la calle más corriendo que deprisa.
Ninguno de nosotros quería los caramelos del disgusto, eran poca cosa, chupados y tan delgados,  se los dimos a Narizota, la perra del abuelo.    
Paparrús  tenía un novio que  iba a verla los domingos. La chica no se llamaba así, pero como el tío Manolo nos bautizaba a todos por segunda vez, a ella la llamaba Paparrús, y todos la llamábamos así, y a ella le parecía bien..
A mí, el tío Manolo me llamaba doña Brocha, por mi cola de caballo y por mis trenzas que terminaban como dos pinceles gordos. A Mari carmen, mi prima segunda, y una de mis mejores amigas, la llamaba “Sor Felices”. Sor Felices era una monja bajita de las del colegio de San Vicente de Paúl que tenía fama de no parar, ni de calentar la silla en ninguna parte. El tío Manolo, y la familia de mamá, comentaban que mandaba y disponía, de más en los asuntos del pueblo, y como Mari Carmen era lista y bajita el tío Manolo la llamaba, Sor Felices.
A mi prima Cheles, “Huevo cocido”. ¿Por qué? Pues no lo sé, debía de ser porque era algo descolorida y reía poco. A Mariasun, mi hermana “doña Magdalena”, creo que como Mariasun era una ricura, eso decían de ella, pues, seguramente por eso se parecía a las magdalenas.
a Felipe, otro de los primos “Quevedín”. A mi hermana pequeña “doña Socorro”. Sería porque siempre lloraba  cuando no veía a mamá...  A todos grandes y pequeños nos había bautizado a su manera el tío Manolo. Hasta él, a sí mismo, se había bautizado como “Pajas largas”
 Paparrús, nunca se enfadaba, nos daba de merendar y miraba como jugábamos. Cuando estábamos entretenidos  salía sin decir nada para hablar con su novio por la portada y si las abuelas la descubrían se enfadaban y el novio se iba. Paparrús nunca se enfadaba con nosotros, ni su novio, aunque siempre pensé que al novio de Paparrús no le hacíamos mucha gracia.
Cuando por la noche nos ponían los abrigos para volver a casa, la hermana Juana entre dientes decía... Hala, hala, veros a vuestras casas, que ya es hora, que no tenéis hartura, y si no os dijeran na, estabais dando saltos hasta caer reventaos.
Calla, calla, Juana, que a ti poca guerra te dan los chicos, que tú con comer suspiros y bizcochos borrachos tienes bastante, le decía mama Ricarda. Y Juana bajaba mucho su cabeza, y se sentaba junto al sillón verde de terciopelo de mama Chón en una silla baja, mirando de reojo, como uno a uno, nos despedíamos de las abuelas.
La hermana Juana siempre estaba con mama Chon, en verano asustaba a las moscas, haciendo ruido con unos zorros de tiras de papel. Ponía en la mesa el zumo de limón y la horchata,  llenaba los vasos cuando mama Chón  tenía sed, y las dos se pasaban la mañana a la sombra de los carrizos del patio de verano, bebiendo  a sorbos el zumo y la horchata, para que no les hiciera daño en la garganta.
En invierno, sentadas las dos en la mesa camilla, con los pies en el brasero y las faldas de terciopelo verde encima de sus piernas, miraba como mama Chón hacía con la aguja de gancho los gorros para los botijos, y cuando veía que juntaba algunos le pedía gorros para los botijos de su familia. Mama Chón decía que la hermana Juana pedía más que un fraile, y que tenía la boca como una serija, siempre abierta.
Yo la miraba y no le veía la boca tan grande, al contrario, era pequeña como una niña, pero arrugadita y vestida de negro.  La hermana Juana siempre sabía cuando yo tenía mucho sueño, y cuando me despedía  me susurraba; a dormir los mocosos que la noche es un pozo muuu hondo y el tío del sebo se lleva en su saco a los que no se duermen.
Yo la miraba abriendo mucho los ojos y no me creía lo del tío del sebo, porque el tío del sebo era amigo del abuelo, y no llevaba saco, y sí  un bote grande lleno de grasa blandita que se me escurría entre los dedos cuando la apretaba entre mis manos. Entonces, el sebo, salía entre ellos como fideos negros. Cuando el tío del sebo llegaba a casa mamá me pasaba del patio de los carros corriendo, decía que las manchas de sebo en los vestidos no salían aunque se lavaran y se frotaran fuerte entre las manos.
La hermana Juana no se quejaba de nada,  pero a veces se sentaba en su silla y se dormía. Mama Chón la miraba y decía. Si no para, si es una zascandil y todo le parece poco para los suyos. Y ella también cerraba los ojos y hacía como que dormía.
Mamá decía que hasta San Antón Pascuas son, pero no era verdad porque las Pascuas de verdad, no las de mentira, eran hasta los Reyes Magos. Cuando los Reyes de Oriente volvían a sus desiertos los niños volvíamos a las clases del  colegio.
Al día siguiente de celebrarse San Antón empezó a llover, y por eso estrené unas botas Katiuska negras. Con esas botas podía andar dentro de los charcos y no me mojaba los pies. María al llevarnos al colegio me  decía que yo estaba muy tonta con mis botas  y que no era pa tanto. María siempre nos cogía muy fuerte de la mano, y a mi no me gustaba.  Nos decía,  que si no nos gustaba que nos aguantásemos y que donde había chacha no había muchachas.
Mi hermana Mariasun no protestaba, pero cuando quería soltarse le daba un mordisco a María, dejándole señalados todos los dientes en la mano. María le pegaba en la boca y a mí me daba pena ver llorar a la nena.  También  la mano de María daba pena con los dientes de Mariasun dibujados en su piel.
Los dientes de Mariasun dan miedo. Una vez le tiró un bocado a la prima Cheles en la nariz y yo no pude separarlas. Asustada, me quedé mirando como Cheles daba patadas y lloraba, mientras  Mariasun se comía la nariz. Cuando mamá y las tías las separaron yo cerré los ojos, me acordaba de una película donde salía un pirata malo  que no tenía nariz.
Mariasun es muy guapa, la llaman, la muñeca, y sonríe y no se enfada, pero yo cuando veo que enclavija los dientes, me retiro  de ella, porque entonces,  muerde a quien puede.
El día que estrené las botas Katiuskas en el colegio no salimos al recreo por la lluvia. Durante la media hora del recreo nos dejaron hablar en clase y dibujamos lo que quisimos. Todas teníamos colores de la marca del Pino, nuevos, y las mayores, colores Goya, de pasta.  Emilita es una de las mayores y tiene unas trenzas rubias muy largas y un flequillo rizado. Es muy lista. La maestra nos  la pone de ejemplo. Pero no sabe jugar y anda como las mamás. Nunca corre, ni se mancha, ni se arruga los vestidos
A  Emilita, los Reyes Magos le han dejado un borrador gigante de color verde. Es tan grande que a mi no me cabe en mi mano. Esa mañana, durante la clase de dibujo, todas le pedimos a Emi que nos dejara su borra, porque como es tan grande no se gasta nunca. Además, el borra de Emi, borra mejor que los otros borradores y no se vende en las papelerías del pueblo. Por eso le pedí por favor que me lo dejara No me lo dejó, tampoco a Vicenta, Eusebia, Marisa, ni a Marifé... Adora, le dijo, que por lo menos  nos lo dejara tocar  que por eso no se le le iba a perder ni a gastar. Tampoco nos permitió tocarlo, por si se lo ensuciábamos. Y añadió que era un borrador de miga muy suave y se podía desmoronar.  No nos lo dejó. Marce, se llama Marcelina, pero todas le llamamos Marce, porque cuando la maestra la llama Marcelina todas nos acordamos del cuento de "La gallina Marcelina" y nos entra la risa y ella se enfada mucho. Pues, Marce, que sabe cosas que otras no sabemos, le dijo en tono convincente y por favor, que lo que podía dejarnos hacer era dejar que nuestros borras los pasáramos por el suyo, y así,  los nuestros, borrarían igual de bien que el suyo, que era tan bueno y bonito. Pero, no, la llamó “gallina Marcelina” alzando la voz, y nos acuso de estarla molestando. No nos quedo más remedio que borrar con nuestros borradores  y por eso los dibujos nos salió mal a todas.  El año que viene hemos acordado  todas que,  sin falta,  a los Reyes Magos, les vamos a pedir un borrador como el de Emilita.

 Antes de la hora de salida de los jueves, como no hay clase por la tarde, a todas nos ponen de pie, igual que cuando jugamos al corro, y las mayores  nos leen un cuento: para saber si estamos atentas, la Profe, interrumpe la lectura. Lectura no se llama, digo yo siempre para mis adentros. Lo de los adentros me lo enseñó mi María, me dijo que cuando una no se puede reír con la boca,  se ríe con el estomago.  Eso, son los adentros.
Pues, sí, la Profe corta el cuento cuando quiere y pregunta a una de nosotras  que fue lo último que leyó la lectora. Si lo sabe, no pasa nada, pero si no lo sabe inventa castigos que se nos ponen los pelos de punta. En ese libro hay cuentos feos y cuando no nos gustan yo he ideado mi propio cuento que invento para mis adentros, a la salida se lo cuento a mis amigas. Las pequeñas como no saben leer, no tienen que escuchar ese cuento cansino. Ese día  estaba leyendo Mari Loli, muy seria. Todo era silencio. No se oía nada, nada,  Emi pidió permiso para ir a por un pañuelo. A mi no me dejan ir nunca a por pañuelos. Todas estábamos atentas, por aquello de no perder el hilo del dichoso cuento...  y de pronto Emi gritó como Tarzán, haaaaaaahaaaaaaaahaaaaa, alzó una mano hacia arriba y con el flequillo de punta mostró su borra mordido chorreando babas.  Gritando sin parar, pregunto, con los ojos rojos y redondos ¿Quién haaaa sidoooo? 
Nadie dijo nada.
Yo miré a mis amigas y vi que todas reían para los adentros. 
De pronto,  Emi, con su mano, y un dedo largo, largo, señaló. Esa, esa ha sido.
El piso del colegio se hundía debajo de mis pies cuando miré y vi a Mariasun con la boca  hinchada como un globo saliéndole por todos lados  borra verde.
Mariasun tenía un color raro en la cara y Emi no paraba de gritar diciendo que se lo teníamos que pagar.
¿Pagar? estaba loca. ¿Cómo, si era de los Reyes Magos?
La  Profe, sin hablar le abrió con sus dedos la boca a mi hermana, pensé que se libraba de sus dientes gracias al borrador, que si no fuera por eso, ni la Profe, se habría librado de un buen mordisco.
Todas mirábamos asombradas como le sacaba de la boca trozos enormes de borra, y le daba golpes en la espalda. El borrador rodaba por el suelo y ya no queríamos tocarlo ninguna de nosotras.
Sentí que se me descomponía el cuerpo al ver aquello, me empezaron unos fuertes retortijones de barriga. - Si mamá me escuchara los adentros, me regañaría por decir retortijones-  Me dolía tanto el vientre que no podía moverme. Los pies estaban pegados al suelo igual que las moscas de la frutería de Isabel, que se pegan a unas tiras de papel que cuelgan desde el techo y se mueren moviendo mucho las alas. Cerré fuerte los ojos, apreté los puños, y así conseguí no ver a nadie. Ahora yo era una mosca y me moría pegada al suelo, pero sin alas.
Los mayores que lo saben todo dicen que la muerte es negra, y que los que van al infierno por ser malos les atizan con carbones encendidos. Pensé que me había muerto porque todo estaba negro y no tenía fuerzas... Mariasun y yo, seguro que bajábamos al infierno por lo del borra de Emi.
De pronto alguien me despegó del suelo y recobré la luz.
La Profe me llamaba y me zarandeaba por los hombros. Anda coge a tu hermana y salir.  Dile a  tu mamá que no coma hoy mucho, quizá haya tragado demasiado borrador. Y tú, - dijo mirando a Emilita- procura que no vuelva a ver nunca más a ninguna pequeña comiendo  borrador.
Cuando salimos a la calle Mariasun no hablaba nada y yo tenía miedo por no sentir mis piernas. De pronto Emi se puso delante de nosotras y dijo que le teníamos que pagar el borra. La cara de Emi era  fea y ya no andaba como las mamás. Yo tiré de la mano de Mariasun y empecé a andar, mi lengua se pegaba al cielo de la boca, y el vientre me volvió a doler.
Todas las niñas del colegio nos seguían y así llegamos a casa.
Mamá abrió la puerta de casa, y sin inmutarse lo más mínimo escuchó a Emi pidiéndole que le pagara su borra, y a otras cuantas de las mayores del colegio que voceaban apoyando a Emi. Luego sonrió y las mandó a sus casas, porque era demasiado tarde y bastante tenía ella con llevar a la nena al médico para evitar una posible infección.
Todo había terminado.
A mi hermana Mariasun no le pasó nada, pero yo tuve diarrea durante varios días.
Una tarde de verano en la papelería de Justo, dentro del mostrador, vi un borrador verde, grande y nuevo. Me quedé mirándolo asustada. Aquél borrador era igual que el borra de Emi, y faltaban muchos meses para que vinieran  los Reyes Magos… No podía ser, estaba soñando. El borrador era el mismo y desde luego que no lo iba a pedir en mi carta de regalos de las próximas Navidades. 
Justo, me lo señaló con una sonrisa en su cara de saber vender de todo, eso dice mamá de él, me lo alargó, por si lo quería tocar.
 No, no, nooo, le dije horrorizada, los borras tan grandes no me gustan, me sientan mal. Y salí corriendo de la papelería por si alguien se lo comía a bocados  y  me llevaba  la culpa del destrozo.


                                                                                                              Natividad Cepeda







                                        Relato incluido en el libro “Universo Narrativo” publicado por la Asociación de Escritores de Castilla La Mancha.


Arte digital: N. Cepeda