Lloran las campanas, tañen con su voz al aire sin
otro mensaje que su herido lamento.
Todavía lloran al paso de los días.
Lloran y claman al cielo por los que se han ido…
¿Adónde, Señor, contigo? Se me quiebra la voz en la garganta, me rompo henchida
de tristeza mientras manan de mis ojos mares de lágrimas. Siento que el frío de la muerte hila la sangre en mis
venas al ver el sueño de los muertos.
Duermen y lloramos por ellos por los
recodos de los valles y las llanuras lejanas de la ciudad santa de Santiago de
Compostela. Navega la esperanza en el Dios que yo creo a pesar del ocaso de
estos días. Fluye el rumor del mar, ola a ola navegan las almas de los muertos
en el poniente de la vida. Se nos rompe el timón cuando perdemos a los que
amamos y los perdemos en la corriente de la muerte que no cesa en su constante
flujo universal.
Bogo hacia Ti, Dios de la vida, a pesar de los
timones rotos. Y siento la amargura de la impotencia y de la pena por tantos
muertos en el mundo. Aquellos que se han ido nos esperan en las remotas islas
de los cielos y los que conocen el valle de Josafat señalan desde Santiago la
senda que nos toca seguir.
Ahora cuando han pasado apenas unos días de la tragedia del tren Alvia y sobre los
raíles vuelven a circular los trenes, seguimos escuchando llorar a las
campanas. Volverán a tañer las campanas
en Santiago de Compostela, muchas otras veces, con su llanto fúnebre que nos
llama a congregarnos alrededor del Apóstol. Misterio de misterios, en un campo de
estrellas quedose la vida y se labró la tumba. ¿Quién me puede explicar esa
incógnita?
Yo estuve en esa ciudad hace unos años, por la noche
paseaba por las calles solitarias que son el cinturón de su catedral. La plaza
del Obradoiro, solitaria, era el eco de los pasos. Pasos que parecían
perderse en el infinito recodo del silencio. Apenas si éramos unos cuantos los
que andábamos por ella, solos y envueltos en la noche, roto el silencio por el
reloj y los sonidos imperceptibles de murmullos que no supe nunca de donde
provenían. He vuelto a ese lugar desde la noche del 24 de julio cuando desde la
pantalla del televisor vi al tren descarrilar en mitad de la noche. He vuelto a
revivir ese extraño misterio que percibí en el mismo corazón de Santiago de
Compostela, tan diferente a las horas diurnas.
Y sigo preguntándome
el por qué de ese angosto camino del tren roto a las puertas de una
ciudad en fiestas. Y sigo escuchando ese lamento humano en memoria de los que
nos dejaron.
Homenajes a los que se han ido y homenajes a los que
por caridad ayudaron a muertos y a vivos estas pobres palabras. Homenajes de
los pobres humanos que miran a las estrellas sin descifrar su callado mensaje.
Aguantamos el dolor con valor y con tristeza. Nos
arrodillamos ante la magnitud de la tragedia y encendemos velas para alumbrar
el camino desconocido; dejamos nuestro
presente de flores y lágrimas junto a la
barca del Apóstol, porque también Él, llego hasta nosotros en brazos de la
muerte para dormir aquí el sueño de los justos.
Han venido ataviadas de llanto las perseidas de
agosto: hay un llanto en las estrellas por los que desde abajo lloramos por los
que nos faltan.
Dios consuele a los que los lloran por la ausencia de
los que amaron, y cuide a los que luchan por la vida. Porque los hijos nacidos de mujer y de hombre,
siguen siendo pequeños ante las innumerables tragedias de la vida.
La ciudad de Santiago de Compostela todavía sigue
sobrecogida por el dolor y con ella lloran las campanas de todas las ciudades
de España, porque la belleza de las
estrellas las tapan nuestras lágrimas.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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