sábado, 24 de noviembre de 2012

Mujeres: ejecución constante


                                 
Escuchamos la palabra ha muerto bajo violencia de género como un soniquete natural entre nosotros. De tan acostumbrados a escucharla se ha perdido su significado brutal y terrible.
En el oscuro túnel de la muerte pasa fugaz esas muertes de mujeres a expensas de los hombres que las matan, olvidando que cuando una vida se extingue injustamente la sin razón nos salpica  a todos cuantos la consentimos.

Vivimos anestesiados por mensajes de tan desconcertado uso, que nos roban conocer el norte de lo que está bien o está mal. En el periplo de la vida esta trayectoria es nefasta, no sólo para el presente que nos atañe, también para el futuro próximo. Si rompemos con tanta facilidad el búcaro de la vida ¿quién nos salvará de las próximas muertes que los depredadores humanos imaginen y ejecuten?
Nada es nuevo en el círculo astral del universo humano. Si hojeamos los libros de nuestra propia historia hallaremos con facilidad datos escalofriantes acerca de ejecuciones siniestras. Ejecuciones orquestadas desde la religión y el poder reinante contra mujeres, niños y también hombres; pero sobre todo mujeres, unas veces como ofrenda a los dioses, otras como adulteras o brujas… Y en ese apartado macabro caben los niños para horrendos sacrificios del pasado al que hoy miramos como una prueba de civilizaciones bárbaras. Cuando pase este tiempo los que nos continúen nos juzgaran de igual manera, sin comprender, cómo se consintió que los mamíferos nacidos de la misma especie eliminaran, por motivos fútiles, a las hembras de la manada.                                                                                                                                 
No de otra forma seremos vistos que como nosotros vemos ahora a los animales depredadores que en su disculpan, matan para comer, y no para satisfacer un ansia de rabia y  venganza.
Y sonreirán tristemente al asociar un día señalado para conmemorar las muertes de mujeres, con el único pretexto de lavarse las manos, igual que lo hizo el pretor romano, cuando por cobardía consintió la muerte de un hombre justo.
                                                                                                                                                
Puedo seguir buceando en el pasado, y también en el presente, al recordar la terrible muerte por lapidación que se infería, y se infiere, a mujeres halladas en adulterio. Leyes todas ellas escritas en sociedades civilizadas, o al menos así han sido contempladas y todavía en algunos países del mundo, lo son.
No nos vale la ley de talión, que consiste en hacer sufrir al asesino el mismo daño que causó a su víctima, porque es incivil y en desuso, salvo para las mujeres fallecidas por muertes violentas que son exterminadas, amparados sus verdugos, en estas otras leyes que les permiten vivir a costa del contribuyente en confortables cárceles.
La vida es un eterno retorno sobre sí misma plagada de corrupciones obscenas con licencia para matar en la vida real sin el glamur de las escenas del cine. Y a veces el exceso de clemencia es un billete de salida para los asesinos disfrazados de locura temporal, mientras en las cunetas de la sociedad, acostumbradas al consumo de banalidades, la libertad de unos, se reduce al capricho de otros.

Es de extrema tristeza conmemorar el 25 de noviembre por lo inútil de esta conmemoración, cuando las muertes de 43 mujeres jalonan este año de 2012 en el mes de noviembre, curiosamente, dedicados a los difuntos en nuestra tradición. ¿Cómo olvidar en los meses siguientes, la telaraña que nos oculta este cruel exterminio sin buscar la clave que corresponde a este código de muerte?
A solas me pregunto si esto es una pesadilla, o si no lo es, quienes justifican la proliferación de estos crímenes cuando la cadena de muertes crece amparada en artificios de doble intención  a costa de las víctimas.

La vida arrebatada a esas mujeres es sombra cernida de amargura;  letargo de sopor y modorra de yeso cristalizado en sus tumbas, torvo gesto de los colmeneros del infierno en la matriz de nuestra sociedad, suma añadida a la crisis financiera esta otra crisis de valores perdidos a favor del desprecio y desdén por la libertad de la vida ajena.
Detrás de esas muertes camina nuestra propia muerte arrinconando el canto vísperal de cualquier fiesta. Por esa razón yo no celebro el día 25 de noviembre hasta que se encuentre solución a las ejecuciones de mujeres.


                                                                                                      Natividad Cepeda

                                               


Dibujos: María Jesús Martínez
Arte digital N. Cepeda



jueves, 22 de noviembre de 2012

La otra partícula de Dios: los niños ultrajados de nuestro propio mundo.



Noviembre tiene una fecha demasiado importante en su calendario referente al 20 de noviembre, pero precisamente porque es importante, pasa totalmente desapercibida y olvidada para la mayoría de todos nosotros.


Noviembre es un mes de luces y sombras a mitad de camino entre el otoño con su color dorado y su llanto desbordado de exagerado lagrimeo de ríos desbordados.
 Llanto de lluvia necesaria y temida, y puente por donde viene silbando el aire del invierno que para diciembre nos saluda con su beso helado en mitad de la calle y de los campos.

Noviembre suele acuñar fechas con sabor a nostalgia trasnochadas. Algunas oxidadas, como la herrumbre del hierro de las frías estatuas, emplazadas para indicar que debajo del pedestal del homenajeado, sólo queda el broce verdoso y amarillo, para retener la memoria del que nadie repara. En medio de ese baile de efemérides el tratado de los derechos del niño - de la niña- nos recuerda cada 20 de noviembre, que hay 193 países que firmaron velar por su integridad, apoyados por el comité  de 18 expertos en el campo de los derechos de la infancia por encima de derechos y  ordenamientos distintos. Se convirtió en ley  en 1990, aceptada también por España, quedando fuera de esa convención  Estados Unidos junto a Somalia, en ese tratado internacional de buenas intenciones que no siempre son efectivas en la defensa de la infancia.

La convención tiene 54 artículos que reconoce que todos los menores tienen derecho al pleno desarrollo físico, mental y social, y a expresar con libertad lo que piensan, sin olvidar la salud y el progreso en todo su contexto humano y cultural. Irrealizable sueño y utopía altruista de la que se ríen los poderosos señores de la tierra.
                                                                                                                                                        
Los dictámenes que se formaron para la CDN, que son las siglas del Comité de los Derechos del Niño, no son cumplidas ya que 18,000 niños mueres de hambre  y de sus secuelas a diario. Niños sin ninguna protección, maltratados desde la explotación consentida de políticos que agrupados en la cúspide del poder se olvidan de su propia infancia. Niños lejanos que no importan, salvo para ser empleados como mano de obra barata por inversores y accionistas de grandes cadenas de producción a nivel mundial. Niños ultrajados porque las leyes existentes se tapan los oídos y los ojos cuando son violados, agredidos y manipulados por gobernantes abyectos con los que se comparte almuerzo y alfombra, pasando por alto la agonía y muerte de esa partícula de Dios, que son todos los niños que vienen a la vida.

Me pregunto, ¿de qué sirven los documentos firmados en esas convenciones ante los escribanos de nuestra civilizada sociedad occidental? ¿Y todos esos congresos y conferencias en palacios de cristales impolutos, donde lo ceremonial prima por encima de la equidad y la justicia?  ¿Y los que a nuestro alrededor, desde hace un par de años, son desalojados de la vivienda familiar porque el trabajo falta, y la ruina se cierne sobre los manipulados ciudadanos de España y Europa  sin otro recurso que el del trabajo que escasea? Niños nuestros, con rostro, nombre y apellidos. Niños perjudicados por la avaricia desmedida del poder gubernativo en el que se ha confiado, con sus derechos pisoteados sin miseración alguna…

Pasará el 20 de noviembre sin gloria, con la pena de saber que los niños no dejarán de ser ríos desbordados en sucesivas generaciones, mientras los que los exprimen, olvidan qué la indefensión infantil es consecuencia de  leyes convertidas en papel mojado.


                                                                                                              Natividad Cepeda








Arte digital: N. Cepeda




sábado, 17 de noviembre de 2012

Sopa en vino, del libro “Memoria de lo usado” de Manuel Cortijo


           
       Me encontré con Manuel Cortijo en la pasada feria del Libro, en Madrid,  en los jardines del Buen Retiro adonde fuimos llegando escritores y poetas, casi todos castellanos-manchegos, junto a la caseta donde se presentaba el libro, Universo Narrativo, de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha, que dirige Alfredo Villaverde Gil, y que era la más numerosa en público, también en ventas por lo que pude escuchar. Fue un agradable encuentro por la oportunidad de intercambiar opiniones con escritores y poetas  de diferentes círculos literarios madrileños, casi todos conocidos por su obra publicada. Manuel Cortijo, con su proverbial simpatía y llaneza manchega, en un momento del encuentro me acusó de no escribir sobre escritores de Albacete, seguramente porque en la Casa de Castilla-La Mancha de Madrid se recibe parte de la prensa de nuestra Comunidad y es donde se leen los artículos de opinión.

Me sorprendió la acusación y prometí enmendarlo en lo sucesivo. Días después me llegó el libro de poemas “Memoria de lo usado” de Manuel Cortijo Rodríguez editado por la Diputación de Albacete con fotografía en la portada de Miguel Ángel Blanco de la Rubia que se abre al lector con la dedicatoria A Luli, compañera de viaje. A la memoria de  mis padres, señales del camino. En la siguiente página  unos versos de Federico Gallego Ripoll para abrirse con el poema “Momentos”Situación de partida” donde el poeta que es Manuel Cortijo, nos adentra a modo de prólogo personal en el contenido del libro. “Momentos que si llegan a escribirse/ serán en clave velada, reservada al silencio” Así dice unos de los verso de ese primer poema. Se abre la primera parte  bajo el titulo Antes (cuando venía)  con tres versos de José María Valverde; marco para seis  poemas dedicados a María José Rodríguez, a su hermano Manolo, a José Luís Morales, a Miguel Galanes, a Eladio Cabañero y el segundo Sopa en vino a Sagrario Torres, poema con voz de pueblo y de raíces de familia, sin combate ni guerra en la pasada infancia, antes elogio y amor a lo que fue cotidiano, hermoso testimonio de la madre a la que el poeta recuerda y donde se trasluce un cariño blindado a los ancestros sin estafas escondidas debajo del recuerdo en estos versos donde afirma “Tardes que hacen de puente y lavan la memoria/entre un hombre que mira/ los años ya traspuesto” y continua el poema en una andadura fiel sin oropeles de florituras literarias, vanas y estériles porque aquellos años sirvieron, y muy bien, para la forja de este hombre y también del poeta. Así Manuel Cortijo redunda al decir: “esta tarde que soy el yo de entonces, / que mi madre me llama a merendar/ sopa en vino, me nombra en su mudez,/ con la única voz que se permite/ hablarnos nuestros muertos” Y así termina el poema y queda todo dicho.
Hay otras servidumbres en el libro con metáforas preciosas y sabor a nostalgia otoñal, sin evitar asombrosos recuerdos, idealizados por pertenecer al pasado, donde nada queda petrificado para el poeta, gracias a sus vivencias tenemos la creación de este libro de poemas por donde se ve el rostro humano de Manuel Cortijo con la gratitud, por su parte, al recordar a otros poetas a lo largo de la lectura del libro. Así, en la segunda parte  bajo el título Ahora  (cuando voy)  con versos de Francisco Brines y Rubén Martín son el pórtico para catorce poemas dedicados a Cristobal López de la Manzanara, a Ángel García López, a Francisco Caro, a Delfín Yeste, a Francisco Jimenez Carretero, a Inocencio Martínez Angulo, a Juan José García Carbonell, a Pedro Antonio González Moreno, a Santiago Romero de Ávila, a Juan Pedro Carrasco, y a su madre, con el poema La hora de llegar, de nuevo confesión convertida en metáfora en la asamblea de la vida.


La tercera parte llamada,  Después (en otro tiempo) con preámbulo de versos de Ángel González y Eloy Sánchez Rosillo, se abre a la mirada ávida del lector con el poema Ahora es otro tiempo, poema dedicado a Juan Martínez Martínez, in memorian: poema intimista donde el poeta y el hombre se confiesa bajo la tristeza nostálgica del tiempo que no cesa en su ir y venir siempre en continuo movimiento, siguiendo la concepción de Aristóteles por la filosofía de vida de la que se nutre todo el poema; definitorio en los últimos versos donde escribe, “Ahora es otro tiempo, es ir sin tiempo/ a dar con ese aire que cerrará del todo/ las puertas de mi casa,/ estas puertas hinchadas que procuro/ tener abiertas/ para saber si aún puedo buscarme en el pasado,/ encontrarme un momento con mi vida” Seis poemas continúan con parecida identidad y estado de ánimo, similar al primero que abre la última parte del libro. Poemas algunos de ellos con citas de Vicente Alexandre y  dedicados A Isabel Montejano,  in memoriam y Marisa de Rioseco. A Nicolás del Hierro, donde parece que le escribe al amigo y al poeta que es Nicolás, cuando afirma “Nadie sabe que buscas/ por detrás de esa puerta que terminas de abrir”. Otros con la cita a Pascual B.  Molina, in memoriam, donde en todos esos poemas el corazón de Manuel Cortijo siente la adversidad de la pérdida de los otros en el fluir de los versos escritos. Se cierra el libro con el poema Confesión del que llega (Selladura final) significante poema de la unidad del libro que empieza diciendo “Haber llegado aquí con lo vivido,/ no es poco este traer: la vida relumbrada, la vida que ya fue.” definitorio de esta Memoria de lo usado escrito por Manuel Cortijo Rodríguez que hay que leer despacio por la filosofía encerrada en cada uno de los poemas creados. Y también porque en tiempos de crisis y tristezas acceder al pensamiento de los poetas es ver que detrás de una mirada hay un maravilloso mundo interior cuajado de experiencias.

                                                                                              Natividad Cepeda
                                                                       


Arte digital: N. Cepeda



domingo, 4 de noviembre de 2012

Velones para alumbra la vida


  

       He pasado a una tienda pequeña de mi pueblo para comprar esas cosas que son tan necesarias, lejía, detergente, crema para las manos… Espero que me atienda la dueña de la tienda con esa eterna paciencia de quien lleva muchos años detrás del mostrador. Atiende a un matrimonio de unos setenta años, educados, afables, sin retoques de cirugía plástica ninguno de los dos. Dignamente vestidos, limpios y sin joyas ninguna en sus manos. La señora le pide diez velones de cera para encenderlos  en estas fechas, igual que lo hacía su madre y sus abuelas. El marido es el que recoge  las bolsas mientras ella abona el dinero y se marchan, no sin antes dar las gracias y desear buen día a la tendera.  
La tienda apenas si ha cambiado desde hace treinta años. Y allí sigue la mujer entera y diligente con la sonrisa franca atendiendo a la clientela que todavía sigue fiel a la pequeña tienda.

Alrededor del establecimiento la calle ha cambiado su fisonomía, se demolieron casas y en su lugar se alzan hacia el cielo unos bloques de pisos. Además faltan muchos vecinos de aquellos que existían cuando se abrió la tienda. Ahora por la calle, y pasando a la tienda hay hombres de piel negra, jóvenes solitarios en busca de un trabajo que apenas si balbucean las palabras precisas para hacerse entender.

También algunas veces pasan mujeres de falda larga y pelo largo y liso, recogido atrás, en una coleta descuidada, cuando llegan la dueña las atiende y los demás no perdemos de vista el bolso y la cartera y lo que espera encima del mostrador, por si en un descuido nos roban algo aquellas jóvenes mujeres, algunas casi niñas, que siempre llevan en brazos o a su lado niños morenos y flaquitos, pero firmes y listos porque el hambre agudiza mucho los sentidos. Todos ellos, también, desde hace tiempo, son vecinos ocasionales de la calle…Ignoramos sus nombres  y el lugar donde duermen y dé dónde sacan para vivir aquí. Enfrente de la pequeña tienda, abrieron hace un par de años, una peluquería de caballeros de peluqueros árabes. Dentro y fuera de ella siempre hay hombres, muchos hombres, a cualquier hora del día y de la noche, y en las horas finales de la tarde algunas mujeres y niños morenitos que juegan alrededor de todos ellos. No saludan a nadie, viven y no trabajan, al menos, no en las horas normales. Y a veces nos preguntamos ¿de dónde sacan para vivir aquí? Son preguntas sencillas que no obtienen respuestas.


 También en esta calle conocemos a muchos vecinos que no encuentran trabajo, son hombres y mujeres que se compraron piso y adeudan hipotecas con nombres y apellidos y con niños pequeños. Otros ya han envejecido y sienten correr por sus entrañas el aguijón clavado de ver que a los hijos les ha empezado a faltar lo necesario… 

Los que vamos a la pequeña tienda conocemos historias tristes y desalentadoras. Se comenta que algunos de ellos piden cita en Cáritas Interparroquial para ver de obtener alguna ayuda. Son gentes de las nuestras, iguales que nosotros, sin ayudas, sin extender la mano mendigando ni ratear por el pueblo y el campo. Y también en los pisos conviven con los otros que se confunden con nosotros, los llegados de la Europa del Este: integrados a medias, casi nada.  Parias entre parias del mundo intentando vivir cada cual como puede. Y además hay muchos pisos vacíos, fantasmas de ventanas cerradas, o testigos de la avaricia de los que se enriquecieron a costa de todos los que ahora carecen de lo más necesario.



He dejado de preguntarme acerca de la justicia porque me falta fe en los que nos dicen, que nosotros, los de abajo, hay que pagar la deuda. ¿La deuda?  En la pequeña tienda escucho que les han quitado el banco la casa y el piso a dos familias más de esta calle, y que hasta la abuela, se ha quedado en la calle porque los avaló.



Ha llegado mi turno y pido que me venda unos cuantos velones. Una señora de pelo gris y moño al estilo italiano, me dice que en noviembre hay que encender la luz para las almas de todos los difuntos, le sonrío y le aclaro que los voy a encender  para que la luz de Dios nos alumbre la vida. Me mira sorprendida  e insisto, sí, señora porque la vida ahora la tenemos muy negra.

                                              

                                                                                                            Natividad Cepeda




       

Arte digital . Cepeda









                                                                                      

jueves, 1 de noviembre de 2012


                 XIX


Divagan golondrinas en el frío invernal.
Se adolece la escarcha de los pobres sin techo.
Naufraga la patera y el mar escupe muerte.
Suman sucias ganancias las finanzas
mientras las hipotecas quiebran
en las filas del paro.

Perdone, usted, hermano, no hay nada que ofrecer. 

Amanece y la ciudad inhóspita
se eleva con paredes de hielo.

En esta cruz de asfalto no suenan las trompetas,
Josué, ve las murallas, y cree que es suficiente
con dar las siete vueltas con siete de los suyos.
Josué, tiene fe, pero nadie lo sigue.
Jericó se ha perdido.
Todas las murallas  siguen estando en pie.
Dios no tiene cabida en las grandes ciudades.
                                                                                               
En el doble sentido de las agujas del reloj
se anula en el ocaso la música del mar
y las esferas.

Nadie escucha trompetas.

El día que despunta por detrás de la noche
guarda en su transparencia
el silbo de unos labios…
Ecuménica música interpreta un vagabundo
en la esquina  del mundo.

Josué, derrotado, se desvanece con el sol.

Impávido,  se guarda su trompeta hasta el día  final.



Poema del libro “Con la sed de todos”








 Arte digital N. Cepeda