sábado, 29 de septiembre de 2012

CARTA A JUAN ALCAIDE SÁNCHEZ


                    
       Te pido un hijo, escribes Juan Alcaide, y no escribes mi nombre de mujer. Me pides que le diga cómo me llamas tú, y también como escuchas mi voz dentro de ti constantemente. 
Anegado de fiebre me pides, sin hacerlo, que me deje sembrar como la tierra deja caer el grano en su vientre fecundo. Ya sé que en tu fiebre permanezco, igual que la abrasadora sed de julio te ciñó y te amó por encima de tú llamada y tú deseo.

Veinte años después me sigues deseando como el sol a la aurora cada día, y me pides un hijo que te quiera por encima del tiempo. Un hijo tuyo y mío sin nieblas de llantos y penurias, sin mordazas oprimiendo los labios sedientos y llagados, llenos de amor y vida: que sobre mucha vida, para que el hijo que ansias y me debes, veinte años después de habernos conocido, el me quiera lo mismo que yo te sigo amando sin contar los días que nos han precedido.

Se levantan tus ojos, Juan Alcaide, sobre la calma intensa del verano, mientras tus versos leo y contigo rezo, a ese Dios tuyo y mío que me dejó sin ti. Y todo ha sucumbido, las norias se murieron. Ni tan siquiera  queda esa agua muerta para volver a ella y renacer de pie como  el brote que resucita al árbol que cortaron y se niega morir.
Y yo sigo esperando tu aliento legendario que lo siento en el viento cuando trae en sus brazos el olor de los campos segados; segados, que no muertos.

Pasan, Juan, los ganados por la tierra abrasada buscando lo que falta para calmar el hambre, cuando la Mancha  se alza fuerte, sin una queja, soportando en su espalda el abrazo del sol.  Y yo sigo sumando décadas de alegrías, porque de cada verso que recibí de ti me ha nacido ese hijo que tú siempre pedías.
Porque un hijo no otra cosa es, que una prenda de amor.

 Y amor, Juan es la poesía que bebo de tus versos, de hálito de vida no extinta ni extinguida, si no, ¿dime, para quien hoy escribo, esta carta de amor?  Para ti Juan Alcaide, hombre crucificado por contiendas absurdas que nos dejó lo mismo que antes de comenzar.

Seguimos arrastrando la miseria de antaño, el dolor de buscar vivir de nuestro esfuerzo y salir a los campos crucificados siempre por el  inmisericorde  destino de los débiles. Pero toda mi carne grita junto a la tuya,  y con nosotros, todos los hijos que tuvimos desquitando a la muerte su sentencia de olvido.
Porque Juan, veinte años,  tres veces, yo desquito, tú muerte con los hijos que de ti han salido. Y te juro por Dios, que todos, sin resquicio, todos, todos te quieren. Y es cierto que mi risa disipa las tinieblas porque he caminado buscando tu alegría. Con tu aliento en mis labios yo escribo esta misiva y mi sangre rubrica que un poeta no muere mientras sus versos hablen por las bocas de otros.
Un hijo me has pedido y yo a ti te pregunto, ¿cuántos hijos  te nombran?

Has llenado mis huecos, mi colchón y mi almohada de tu sangre soñada. Sabes, esta noche,  un grillo se ha caído de un remolque de trigo y resudan los campos de este calor de julio,  presiento que en mi piel y en mi pelo, cuando mañana el sol reine sobre los pueblos y los campos con su lluvia de fuego, al mediodía, Juan, te fundirás conmigo.
Porque yo amo al hombre que no teme al estío y sobre la llanura se mantiene erguido, y aunque para otros sea un perdedor, para mi es vencedor  y de él he tenido mis hijos.                                                                                     
Un hombre como tú, valiente y decidido que deja testamento escrito en un libro de la Cardencha en flor; tu flor de espina y fuego, Dedicatoria  final, y cuando todo fueron lágrimas  tu escribiste “Por este libro que aguardo tu beso; /que espero inútilmente tu llegada;/ que quiso de ti todo y no halló nada,/como quien busca herida y queda ileso”… Por esos versos y otros muchos, Juan Alcaide, te otorgo el beso que aguardabas.

                                                                               Natividad Cepeda


Fotografías de cuadros: pintora Marisol Acedo: Tomelloso                                                                                                          








                                                                                                                                         

martes, 18 de septiembre de 2012

Escrito en Tomelloso de Valentín Arteaga pacto de amistad reciproco


        

         No es fácil enumerar la lista de los amigos porque ni se tienen tantos amigos verdaderos ni se nos ocurre ponerles una etiqueta a los amigos que amamos. Sin embargo es este un equipaje harto maravilloso por ser escasa su pertenencia a lo largo de la vida. Los amigos llegan y pasado un ciclo de tiempo, algunos por exigencia del guión del vivir, los dejamos de ver por dejación y otras  veces por la distancia.  Lamentablemente nadie ocupa ese lugar y cuando acumulamos años en las alforjas de la vida rebuscamos en el recuerdo aquella nostalgia amiga que perdimos.
 
No ha ocurrido así con un poeta de ancha andadura y amplio territorio recorrido por su doble vertiente de sacerdote y de escritor. Para definir ese milagro de amor entre Valentín Arteaga y Tomelloso hay que escribir muchos nombres propios, de ellos algunos nos contemplan desde el silencio dulce de la eternidad, sendas de luz en el alma callada de los que los recordamos, y otros concurrimos a su encuentro para volver a vivir y recordar gratos acontecimientos que nos cambiaron la forma de pensar y nos abrieron caminos de ensueños literarios.

Leer poesía es explorar el paso del aire entre un manto de estrellas dejando que florezcan frutales en el árbol del alma. Más complicado y confuso es escribir y analizar poemas escritos por un poeta sumergido en la poesía continuamente, casi, caminando por ella; incluso, cuando habla y escribe prosa periodística. Pero no extraña, a los que lo conocemos que, Valentín Arteaga rescate versos de amplio bagaje literario, y menos aún que dé al editor, Jaime Quevedo Soubrit, algunos de esos versos escritos al aire entrañable de Tomelloso, que lo quiere y añora desde hace décadas.
El tándem del periodista y editor Jaime Quevedo Soubriet y Valentín Arteaga es la unión armoniosa, por ambas partes, de amistad y respeto donde se complementan desde sus distintas actividades profesionales y actividades públicas. Dos personalidades  que se complementan a la perfección entre un puente tendido sin edad que ha sabido sumar décadas sin dañarse lo más mínimo. Antes, me atrevo a afirmar, se han apoyado en esa amistad, dando, gracias a ella, logros editoriales de éxitos notables para ambas partes.
Porque no es posible conocer los últimos libros publicados de Valentín Artega obviando a su editor. Flaco favor se haría a sus libros sin esta puntualización.

El sello editorial  Ediciones Soubriet, ha venido a llenar en Tomelloso un importante espacio dentro de las editoriales provinciales y regionales, traspasando estas fronteras en muchas de sus publicaciones. No voy a enumerar sus muchos títulos ya que eso abarcaría unos cuantos artículos y que sin duda alguna son datos interesantes. Tampoco enumeraré todos los  libros que Valentín Arteaga tiene con esta editorial, sólo señalaré los dos últimos libros publicados por su nexo común, al ser dos libros rescatados del olvido. Me refiero al poemario “Porque ya soy pobre” publicado el 28 de noviembre de 2010 y escrito por Valentín Arteaga en Roma en el año  1960; libro de frescura lozana dado que es uno de los primeros libros escritos por el autor, donde se comprueba que el poeta era lo que hoy conocemos que es. En el prólogo escrito por Federico Gallego Ripoll bajo el título  “El don de la pobreza” incluye, además de su visión acertada por la obra, el rescate de este libro gracias a Mercedes, esposa del desaparecido escritor José González Lara, que al descubrirlo entre las carpetas de su marido, se lo envío al autor. Descubrimiento extraordinario que Ediciones Soubriet no dudo en sacar a la luz.


Después ha llegado esta recopilación de algunos de los muchos poemas que esperan pacientemente entre las carpetas de este sacerdote escritor que, por su vocación religiosa, ha renunciado en gran parte a escribir poesía. Porque los poemas que integran el libro de poesía “Escrito en Tomelloso” no son todos los que Valentín Arteaga escribió durante su estancia entre las paredes tomelloseras, hay muchos más escritos y entregados a los amigos generosamente, dispersados entre cajones y libros de hombres y mujeres que contaron con su amistad y cariño. “Escrito en Tomelloso” es sobre todo un libro testimonial y cercano, como lo son casi todos los libros de este autor, plagado de nombres propios conocidos, con la sustancia inequívoca de pertenecer al universo privado del quehacer cotidiano sin caer en la mediocridad, que en ocasiones, suelen caer los poemas dedicados a otros. Por los poemas recuperamos a los personajes que desfilan por las páginas de este libro, se descubre la humanidad del poeta, y también la de aquellos sobre los que escribe. Creo que la definición de la prologuista y periodista Isabel Lozano, lo acentúa en  la cabecera acertada del prólogo al llamarlo “Sonrisa ancha y versos que abrazan”  empezando con el relato de la preciosa fotografía de Valentín Arteaga hecha por Javier Carrión, hace años que, como ella escribe, da la bienvenida a todo el que se acerca  por la redacción de El Periódico del Común de La Mancha en Tomelloso.  Continúa Isabel Lozano exponiendo razones emotivas de la conjunción entre ese periódico y el escritor, aclarándonos aspectos ignorados de ese común entendimiento,  hablando consigo misma de la emoción y admiración que le produce el que Valentín Arteaga mire los ojos de una niña y decirle  que está convencido de que cada mañana Dios mismo madruga más porque  quiere empezar a verla un poquito más temprano ¿Imaginan piropo más dulce? Nos pregunta, cerrando ella misma la respuesta al escribir, Imposible. Y así con este monólogo entre ella y el autor del libro se desliza la lectura del prólogo salpicado de vivencias, al tiempo que abre las puertas de las cinco partes en las que está dividido el poemario.
                                                                                                      
Isabel Lozano desgrana con detenimiento psicoanalítico la obra de este intelectual al que ella denomina, inquieto poeta, al versificar en sus poemas las artes plásticas y analizar la cuarta parte del libro bajo el título “Sala  de exposiciones”. Prólogo digno de crédito y fe, por parte de Isabel Lozano, que introduce a la lectura de poemas variados en composición y personajes, por los que ella deja a un lado su estilo periodístico para escribir desde la bonancible senda de su experiencia personal que rubrica al escribir: el poeta se siente unido por un cordón umbilical real y simbólico que nunca ha querido cortar del todo, sabedor de que tampoco sus paisanos adoptivos le hubiéramos dejado romperlo. Libro con fecha exacta de nacimiento fechado entre  1980 y 1988, con  las cubiertas de dos cuadros bellísimos de Ángel Pintado Sevilla, y dos versos del poeta Eladio Cabañero, que introducen a la lectura de un poeta universal y manchego  en este año de 2012, de la mano de una periodista, Isabel Lozano, que nos adentra en la belleza poética ayudada del teclado del ordenador; escribir es lo que importa y eso se traduce en materia viva cuando sostenemos entre nuestras manos el tesoro de un libro.


                                                Natividad Cepeda